El santuario

El santuario

 

    Acaricié su mano y la encontré fría; es cierto. Pero hecho tan insignificante no podía alterar mis planes de conquista.

    Una rosa roja era la ofrenda que, intermitentemente, le ofrecía y que era aceptada con una dulce y enigmática sonrisa. Mi cuerpo ardía de pasión y pensaba que, en cualquier momento, se desharía como la mantequilla al contacto con el fuego.

    Una semana después allí estaba yo. Sentado sobre  una mullida butaca asistía embelesado a las sensuales evoluciones de su cuerpo: se desnudaba metódicamente. Mi cuerpo ardía de pasión y mi pene crecía con fuerza dispuesto a conquistar el santuario que se me ofrecía aun virgen, según me dijo. Cuando se echó cadenciosamente  sobre la cama, no pude frenar mi instinto predador: sin quitarme ni una sola de mis prendas me instalé entre sus piernas; liberé mi tótem y lo introduje hasta lo más profundo.

     Días después, mi pene continúa erecto y frio como el hielo. Tampoco puedo mear. Maldita sea.

7 comentarios sobre “El santuario

  1. Pobrecito, se entrega demasiado a la pasión. Pero eso es bonito, es mas que una necesidad fisiológica. Así tendría que ser siempre, tanto en el hombre como en la mujer.
    Son cortos pero intensos estos textos eróticos.

  2. Reblogueó esto en Carlotay comentado:
    El del santuario lo he leído 20 veces y no lo pillo.
    Está soñando con alguien que murió? Está enfermo? Es viegecito? Ha tomado algo para el sexo? La verdad, que estoy irrigada.
    Un saludo muy fuerte.

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