La piruleta

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    El tiempo transcurrido?: no lo recuerdo. Tampoco el día en que decidiste contarle la verdad. Miento. Lo recuerdo todo; hasta el hecho más insignificante. Necesitabas de mi presencia, cuando le contaste que me amabas, porque temías su reacción. Pobre diablo. Lloraba como un bebé. Pero tú, imperturbable, te apoyabas en mi físico mientras te relamías de placer por el trato tan degradante que el  muy desgraciado recibía. “Que eres un pobre tonto que te crees todo lo que te cuento. Que el último día que viniste a casa a buscarme y no te abrí estaba con él, o sea yo, en la cámara jugando al escondite…” Pero lo que realmente le hirió en lo más profundo de su ser fue que, mientras se lo contabas, un servidor, chupaba con frenesí la piruleta que él te compró, un rato antes, con motivo de tu cumpleaños.

     Pasaron cinco años. Ahora soy yo el que recibo el trato humillante por tu parte.  «Que si soy un pobre diablo que no tengo donde caerme muerto. Que le has estado chupando la piruleta a menudo, mientras yo pensaba que estabas en casa viendo la televisión con tu madre.”¡ Hay que ver lo cruel que puedes llegar a ser!. Pero puestos a contar verdades debo decirte que, mientras tu endulzabas tu boca con su piruleta, su mujer la endulzaba con la mía. Es más: también él disfruta con ella de vez en cuando.

 

Deseo, lujuria…

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Mis deseos son como tus ojos: lánguidamente desnudan  mi cuerpo y los vapores de tu aliento humedecen mis sentidos y la lujuria, me desborda. ¿Qué hacer? Me agazapo entre las sombras y mis ojos acceden más fácilmente a tu desnudez. Así, al abrigo de los desbocados latidos de tu corazón, poso mis manos, mi boca, mi sexo en lo más profundo de tu ser.

 

Palabra…

 

Volutas de piel en el aire? Es posible. Solo tengo que mirarte para que mi cuerpo quede reducido a cenizas en tu presencia y mi deseo, se convierta en la llama que pugna por  penetrar en tus entrañas y hacer que sufras el dolor eterno de lo banal. Banal, sí. Que no me crees? Acerca tu nariz a mi sexo y huele la distancia que existe entre tu deseo y el mío. No notas nada? Por qué no lo introduces en tu sexo y alivias un poco la ansiedad que me atenaza?  El calor que me domina es asfixiante y el amago de reflexión en que te sumerges es desesperante. ¡¡¡Joder: podrías disimular un poco!!! Comprendes ahora lo de la banalidad? Al menos dejaras de exhibirte ante mí con tan descarada y falsa impudicia. En fin; un día más me consolaré en soledad y otra vez más, el ave Fénix resurgirá de sus cenizas hasta que, de nuevo, acuda a tu llamada. Pero te lo advierto: cualquier día lo desearas, y no lo vas a encontrar; palabra.

Es más que una cancion

Es más que una canción.

Permanezco expectante. Mi canto despliega un coro infinito de lamentos que  acompañan la angustia en que se convierte la espera. Por fin apareces. Ocupas tu lugar en el foro y, como siempre, en la primera fila. Tu mirada, una vez más, se fija en mí y adivino el deseo en tus ojos.   Acaricio la guitarra. Cierro los ojos. Palpo la desnudez de tu cuerpo al abrazarla y me pierdo extasiado entre sus notas mientras canto la excelencia de tu sensualidad. Las palabras surgen con fluidez ante el encanto de  este sencillo acto. Perdido entre los recovecos de mi soledad, adivino como mueves nerviosa esas piernas largas y seductoras y los pliegues de tu falda se arremolinan poco a poco más arriba de tus rodillas; mientras, acaricias tus senos con estudiada lentitud. Los efluvios de tu desvario llegan a mí a través del aire que expele tu pecho generoso y mi corazón palpita descontrolado y mis manos tratan de acompasar el ritmo que él me impone. Noto la humedad de tu sexo entre mis dedos que se desplazan con languidez entre las cuerdas; pero las notas carecen de sentido porque sé que una vez más marcharás.

Deseo insatisfecho. Amor por aquello que escondes. Melodías preñadas de  tristeza y desencanto ante el  deseo frustrado por estar junto a ti y susurrarte al oído todo aquello que guardo en mi corazón tanto tiempo. Deseo comprender el porqué de tu presencia en mí y saber de mi existencia en ti. Ese será el momento en que mis canciones adquieran el sentido por el que fueron creadas.

¿Qué puedo hacer?

Lo habían anunciado con tiempo más que suficiente. El óbito era inminente y en cualquier momento sonaría el teléfono que nos citaría en el lugar y hora aún por determinar. Así fue. Según pude ver, doce fuimos los aspirantes y entre ellos, seis éramos mujeres. La subasta empezó un cuarto de hora antes de lo previsto debido a que, aquellos que anunciamos nuestra presencia hasta el día quince, tal y como rezaban las bases que clandestinamente circularon por la red y a partir de una cantidad mínima que se aportaba como garantía, ya nos hallábamos presentes de antemano y no había motivo para demorar el acto. El nerviosismo estuvo presente desde el primer momento y había que ver con qué ímpetu se fueron sucediendo las cantidades una tras otra; las mujeres actuábamos como hienas y cuando pujábamos, defendíamos nuestra posición mordiendo y arañando como posesas. De los doce aspirantes, al final quedamos cuatro: tres mujeres y un hombre. Este, tímidamente, se fue posicionando a la par que nosotras, y no hubo puja que no superara aunque fuera por la mínima. Cansada de tanto tira y afloja, ofrecí una bonita suma: quería dejar bien patente que deseaba salir triunfadora después del envite. “Ilusos: lo necesito como el aire que respiro”. La tensión se palpaba en el ambiente. No se oía ni el vuelo de una mosca y todo hacía presagiar que saldría vencedora pero, de improviso, una voz aflautada y nasal se dejó oír asustando a la concurrencia y sacándome casi, los ojos de las órbitas; la cantidad que oí que este individuo estaba dispuesto a pagar me resultaba imposible de superar. “Maldito hijo de puta: no es posible que esto esté sucediendo”. A continuación salí corriendo de la habitación llorando de rabia e impotencia.
.-Otra vez será querido…-De vuelta a casa, trato de restar importancia a la situación mientras disimulo mi frustración con una sonrisa a todas luces forzada- Pujé al máximo que podíamos acceder pero… ha sido imposible.
Pobre Jesús. Observo su mirada y, una vez más, se compadece de sí mismo en silencio; pero…que puedo hacer?.
¡¡¡Ha sido una lástima: qué difícil es encontrar un pene como el que aquel desgraciado lució en vida!!! “Mi gozo en un pozo” pienso, mientras en soledad me acaricio y… Cuanto te envidio Teresa.

El otro día te ví

Me sorprendió verte. Caminabas alegre y dicharachera junto a tus amigas. Tu falda ondeaba al viento entre el color de las flores que tan bien sabes lucir cuando las vistes. Qué bien, pensé. Todo como en mis sueños. Me alegré de que así fuera. Imposible establecer la línea que divide mi deseo por ti, y la fascinación en que te miro. Al verte, te deseo; cuando te deseo, te tengo; cuando te tengo, no sé qué hacer contigo. Joder es tan sencillamente complicado, que ni yo mismo lo entiendo. Pero en realidad, todo se resume a un simple acto: sexo. Mirar, desear, saber; son unas pautas tan sencillas y recurrentes cuando trato de definir mi anhelo por ti, que el deseo por saber y limitarme a mirar, tampoco me satisface. Me gusta entrar en ti, aunque al momento no sepa que más hacer. Pero permanezco sosegado, tranquilo, y cuando te mueves ¡¡¡guau!!!, es como danzar entre tus entrañas y acariciar y escudriñar en tu interior donde tú no puedes acceder. Tal vez se trate de eso: hacer dentro de ti aquello que tú no haces por ignorancia. Pero no quiero ser tan jodídamente retorcido. Ya sabes que las palabras me aprisionan entre la sensualidad de su geometría, aunque en el fondo no sepa de qué hablo. Solo sé lo que digo y al instante plof…, me difumino ante el azul cielo de tus ojos, joder con las lentillas, y el flujo vaginal que huelo embelesado. O tal vez no?. Da igual cómo es o cómo será; en realidad me es indiferente. Dentro de un rato, a otra parte con mi jodida semántica y mis lujuriosos pensamientos; de todos modos me alegró mucho el verte y escribir lo que igualmente nunca podrás leer. Pero continúo con la misma cantinela; cuando te pierdo de vista, sueño que me viste, pero no me oíste, ni mucho menos entendiste. Así soy yo. Tú eres como siempre fuiste: uno más de mis deseos.

Una palabra…..

Una palabra

   …. o un susurro que llega a mis oídos; no lo sé. Qué más da?. Cualquier sonido que altere mis sentidos me induce a pensar que yo estoy allí porque tú te encuentras cerca; deseas observar como mi corazón se altera y bate con más fuerza si cabe, saltando alternativamente tu mirada de mi pene a mi pecho. Pero  qué?. Tu apetito no tiene límites. Te dedicas a observar cada uno de mis movimientos mientras evolucionamos en cualquier rincón de la cama, sin interrumpir las mil y una caricias que pausadamente con él comparto y de improviso, te instalas entre los dos y deseas que nuestras manos cubran tu cuerpo de caricias; que llenemos tus oídos de susurros seductores; que inundemos las estancias ocultas de tu cuerpo con los jugos de nuestro deseo pero…. ¡¡¡joder!!!: sería mucho pedir que alguna vez, aquello que acaricias reverencialmente con tus manos o introduces golosamente en tu boca, dejara de ser igual al mío?

El santuario

El santuario

 

    Acaricié su mano y la encontré fría; es cierto. Pero hecho tan insignificante no podía alterar mis planes de conquista.

    Una rosa roja era la ofrenda que, intermitentemente, le ofrecía y que era aceptada con una dulce y enigmática sonrisa. Mi cuerpo ardía de pasión y pensaba que, en cualquier momento, se desharía como la mantequilla al contacto con el fuego.

    Una semana después allí estaba yo. Sentado sobre  una mullida butaca asistía embelesado a las sensuales evoluciones de su cuerpo: se desnudaba metódicamente. Mi cuerpo ardía de pasión y mi pene crecía con fuerza dispuesto a conquistar el santuario que se me ofrecía aun virgen, según me dijo. Cuando se echó cadenciosamente  sobre la cama, no pude frenar mi instinto predador: sin quitarme ni una sola de mis prendas me instalé entre sus piernas; liberé mi tótem y lo introduje hasta lo más profundo.

     Días después, mi pene continúa erecto y frio como el hielo. Tampoco puedo mear. Maldita sea.