Un pedacito de luna

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El sol, como cada amanecer, apenas irradia pequeños destellos a través de la bruma, cargada de suciedad, que impide gozar de él con plenitud. Hace frío.

Poco a poco despiertan de su inquieto sueño. Mecánicamente, se desperezan y tratan de calentar sus entumecidos miembros, aletargados por el frío de la noche.

Vislumbran algo extraño a unos metros de donde ellos se encuentran. Nadie sabe que es y cómo llegó hasta allí.

-¿Es comida? – Preguntan unos con desesperación.

-¡Es una trampa!- Gritan otros

-¡Es un pedacito de luna! ¡Yo lo vi caer noche!- Afirma alguien.

Solo uno de ellos se separa del grupo y se acerca lentamente. Escudriña, con mirada temerosa, aquello que acontece a ras del suelo.

Se agacha y  lo observa con ojos curiosos. Coge su varita -dicen todos que es mágica- y, con ella, la toca con temor. A continuación, se levanta espantado. Retrocede de espaldas, sin perder de vista aquel ente  extraño, al encuentro de los demás.

-¡Es obra del maligno!¡ Debemos seguir con urgencia nuestro camino, antes de que esa cosa penetre en nuestras vidas y nos lleve a la perdición!

Así, continuaron su peregrinación. Miradas furtivas, mientras se alejan con premura… Sienten temor ante aquello que les es desconocido…

La flor, blanca como la nieve, quedó instalada en la tierra, anclada en sus raíces, y las consecuencias, con el tiempo, se hicieron  patentes en la cañada.

Fría como…

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Su vida, arde como el sol. O eso me contaron. Pero oculta tras sus pestañas una mirada fría, como sus entrañas. ¡Cuántas veces, después de recorrer el camino, supe de ella sin tan siquiera conocerla! Es de esas cosas que, sin querer, se adhieren a tu memoria y te obligan a rastrear tus recuerdos sin saber, a ciencia cierta, en qué momento se produjo y porqué se produjo. Pero ahí está. Solo sé que, por curiosidad, quise conocerla.

Un día la encontré como… por casualidad. Poco después salimos a diario. Mientras, las risas y confidencias se alternaban en nuestros encuentros y el deseo, por nuestros cuerpos, permanecía ausente de nuestras prioridades.  Así que…no sé; pienso que, inconscientemente, la buscaba. Un día, de improviso, llegué a su casa. La puerta estaba abierta y entré, sin decir nada, extrañado por la situación. Hacía el amor, con un hombre, en su cama. Entonces ocurrió el hecho fatídico que, desde entonces, me acompaña: mi corazón es un tímpano de hielo que vaga a la deriva por el océano de mis fracasos, a la espera de que, la luz, de calor a mis sentidos.

Nada

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Nada

   Ese día decidió no hacer nada; ni tan siquiera abrir los ojos. Permaneció acostado con los brazos cruzados sobre su pecho y las piernas estiradas. Su mente voló por el infinito hasta encontrar… nada. Fue en ese momento cuando supo que algo no iba bien. Siempre fue capaz de pensar en algo y traducirlo sin problemas. Casi podía tocar cada uno de sus pensamientos; pero esta vez, nada de nada. Tampoco los recuerdos acudieron a su mente. Solo un punto de luz en la lejanía, era lo máximo a lo que pudo aspirar y se fue acercando a él lentamente con la innata curiosidad de aquel que aspira a ver por mirar, pero sin la acuciante necesidad de encontrar algo, aunque sea por conocer. Pero tampoco pudo vislumbrar nada. En ese preciso instante decide levantarse de la cama, pero no puede: algo le impide moverse. Desea gritar qué pasa cuando, de improviso, un pensamiento acude en su auxilio: quiere verse así mismo tal y como se encuentra en esos momentos y…lo consigue; acostado en el lecho, su mujer e hija le visten para el sepelio.