El sol, como cada amanecer, apenas irradia pequeños destellos a través de la bruma, cargada de suciedad, que impide gozar de él con plenitud. Hace frío.
Poco a poco despiertan de su inquieto sueño. Mecánicamente, se desperezan y tratan de calentar sus entumecidos miembros, aletargados por el frío de la noche.
Vislumbran algo extraño a unos metros de donde ellos se encuentran. Nadie sabe que es y cómo llegó hasta allí.
-¿Es comida? – Preguntan unos con desesperación.
-¡Es una trampa!- Gritan otros
-¡Es un pedacito de luna! ¡Yo lo vi caer noche!- Afirma alguien.
Solo uno de ellos se separa del grupo y se acerca lentamente. Escudriña, con mirada temerosa, aquello que acontece a ras del suelo.
Se agacha y lo observa con ojos curiosos. Coge su varita -dicen todos que es mágica- y, con ella, la toca con temor. A continuación, se levanta espantado. Retrocede de espaldas, sin perder de vista aquel ente extraño, al encuentro de los demás.
-¡Es obra del maligno!¡ Debemos seguir con urgencia nuestro camino, antes de que esa cosa penetre en nuestras vidas y nos lleve a la perdición!
Así, continuaron su peregrinación. Miradas furtivas, mientras se alejan con premura… Sienten temor ante aquello que les es desconocido…
La flor, blanca como la nieve, quedó instalada en la tierra, anclada en sus raíces, y las consecuencias, con el tiempo, se hicieron patentes en la cañada.