Si puedo

 

No puedo escuchar el canto

 que arrulla mi débil ser

 porque solo oigo el llanto

 de mi frágil vida al nacer.

 

 No puedo sentarme a contemplar

 aquello que la fe me ofrece

 cuando una lágrima fenece

 por la tristeza al mirar.

 

No puedo gozar del líquido

 que la acuciante sed me pide

 cuando  mi estómago despide

 la sal  y perezco transido.

 

No puedo comer alimento

 y cual animal herido

 me estremezco si lo intento

 perdido en el cometido.

 

No puedo besar la tierra

 que áspera y hostil me espera

 ni gozar la primavera

 que sin conocerme me destierra.

 

No puedo arrancar de mi piel

 las heridas vergonzantes

 amargas como la hiel

 en mi vida circundantes.

 

Si puedo decirte a ti

 que desprecias mi raigambre

 que te inunda la sangre

 que circula dentro de mí.

Así

«Ardiente tu mano,
frente a la luz que alimenta tus sueños
transida de recuerdos imperecederos,
que captan
el color esperanzador
de cada uno de tus anhelos.
Así,
heridas cierran al paso del pincel,
fiel reflejo del ariete que da paso a tu vida.»

«Que la tristeza no empañe mi luz.
Que mi mirada ilumine tus ojos.
Que mi voz cante tu belleza.
Que mis sentidos liberen mi ser.
Que tú, si, tú que sufres,
sientas el despertar a la vida,
a partir del deseo de un mundo en paz y justicia.»

Fue la luz: lo se

Un cálido atardecer,

la luz,

decidió abandonar

cada rincón de sus ojos.

A partir de ese momento,

su vida,

aquella que él creyó

ejemplo de virtudes,

se convirtió en desespero

de aquellos que le amaban,

y fue acreedor de la desdicha que,

a su alrededor,

crecía.

El tiempo pasó.

Cierto día,

en un frío amanecer,

quedó varada su mirada

frente a los primeros rayos de sol.

Entonces ocurrió

aquello de lo que nadie,

nunca,

pudo dar razón:

entabló un diálogo con la luz;

llenó de color su mirada

y confesó al mundo

ser artífice de sus desvelos.

Poco después,

esa luz,

ahora si,

le abandonó para siempre.

 

El olvido

Fue un deseo inocente

el que llegó,

entrada la mañana,

y partió cual rayo oneroso,

contrito por la escarcha

y benevolente en su desvarío.

Creyó cautivar con su presencia

pero no pudo adivinar su caída.

Esperó retardar la añoranza

pero sintió su deseo ignorado.

Esperó sí;

pero la distancia

se convirtió en un calvario

y su mundo se vio,

una vez más,

camino al olvido. 

Bendita luz. Maldita presencia

Marchita la flor quedó,

aquel día.

La humedad del rocío

surgió de tus entrañas

cual astro benevolente,

y avivó el desasosiego

tiempo atrás en mi instalado,

como fin primordial,

para mis desvelos.

De súbito,

la afrenta ignominiosa

alteró los sentidos,

del éxtasis inminente,

y ensombreció el color de la estancia

en donde mi osadía quiso arraigar.

Estridente voz.

Inesperada presencia que secó

el jugo de tu boca

y frustró con impudicia mis deseos.

 

Como una gota de lluvia…

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…un día,

fue pasto del olvido.

Así, el olor del pan,

me acercó al recuerdo

del que mi mente huyó.

Años después,

aún conservo su sabor.

Aquel día,

la luz del sol imbuyó en mí la esperanza,

y rememoró cada uno de los recuerdos en que,

la muerte,

plagió cada estadio de mi vida.

Fingí no conocerla

y pasó cerca de mí,  ingrávida,

henchida de oscuridad.

Tiempo de silencio

 

img_4129-copia-copia-copiaAsí,

mi voz,

enmudece ante la desidia establecida,

por doquier,

en el mundo.

Siente el deseo de perpetuar su sonido,

en el olvido.

En mi pecho un grito y ante el dolor,

entre sus estancias,

parpadea la tristeza deseosa por escapar,

al sonido de su lamento y perpetuar,

tan solo por una vez,

la vergüenza que empaña sus lágrimas.

Es tiempo de silencio,

aunque,

tal vez,

existen infinitas razones para gritar.