mi voz,
enmudece ante la desidia establecida,
por doquier,
en el mundo.
Siente el deseo de perpetuar su sonido,
en el olvido.
En mi pecho un grito y ante el dolor,
entre sus estancias,
parpadea la tristeza deseosa por escapar,
al sonido de su lamento y perpetuar,
tan solo por una vez,
la vergüenza que empaña sus lágrimas.
Es tiempo de silencio,
aunque,
tal vez,
existen infinitas razones para gritar.