Dos rosas al sol

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 “Mejor no salgas de casa hija. ¡¡¡Mira que tienes unas ocurrencias: ir a visitar a tu amiguita con el tiempo que hace!!! Ha llovido mucho; el barranco salió de su cauce y es peligroso pasar el puente”.

     Pero ella sabe que debe ir. Hace un año que se fue, tal día como hoy, y desde el sitio donde se encuentra, hace rato que escucha su llamada. Por eso, piensa, no puede faltar a su encuentro. Corta dos rosas rojas del hermoso rosal que crece en la galería y se dirige allí.

     Llega al puente. Mucha gente se concentra en los aledaños. El ruido es ensordecedor. Cruza con precaución y en su mitad se detiene; dirige su mirada barranco arriba. Efectivamente: la inundación cubre de parte a parte el lecho y un escalofrío recorre su espina dorsal mientras contempla las numerosas cañas y ramajes arrancados de las arboledas, arrastradas por las aguas embarradas. Asustada, recorre con premura los últimos metros que le quedan por cruzar.

     Sube la cuesta con rapidez; dirige la mirada hacia un cielo cubierto de nubes amenazantes que, por momentos, parecen contener la noche en sus entrañas, y recorre con desesperación la distancia que le queda.

     Unas mujeres ya muy mayores y vestidas de negro de arriba abajo, se encuentran con ella en la puerta. La miran con acritud: con desprecio; como si fuera una intrusa que se atreve a  invadir sus dominios y, poco después, continúan su camino con la cabeza agachada.  

     No ve a nadie más cuando entra; pero pocos metros antes de llegar al lugar de encuentro, de improviso, la figura de un hombre grande y encorvado, se cruza en su camino. La oscuridad incipiente le impide ver su cara con claridad, pero sí puede escuchar una voz profunda que sale de su garganta.

     .-¿Dónde vas chiquilla? Estoy a punto de cerrar. Date prisa.

     Con el miedo asentado en su cuerpo y mirando de reojo al hombre, se dirige a la tumba donde su amiga reposa.

     Una piedra blanca rectangular cubre el suelo donde ella está enterrada, y desde la misma senda que, de forma geométrica, recorre el cementerio, frente a ella, contempla hipnotizada su fotografía.

     Las lágrimas inundan su rostro. Compungida y rota por el dolor, camina hacia la tumba para depositar las rosas sobre ella.

     Un primer paso.

     La tierra que durante días ha sido golpeada con fuerza por la lluvia, reblandeció fuera de la senda, entre las tumbas, y absorbe parte del pie cubierto por una bota de goma blanca. Duda  y siente temor ante la situación que se le presenta. Se decide a dar un nuevo paso y, esta vez, el peso de su cuerpo ejerce presión sobre los puntos en que sus pies descansan y, sin remisión, se hunde poco a poco.

    Un grito de desesperación inunda el espacio circundante, pero nadie la oye. La tierra, convertida en un inmenso lodazal, continúa con su cometido y, en un momento dado, una canción llega a sus oídos. Su rostro, ahíto de terror momentos antes, pasa a un estado de placidez y dulzura inesperado y sin remisión, desaparece entre las entrañas de la tierra.

     La buscan por todas partes y la desesperación, abate por momentos el estado anímico de las buenas gentes que, durante horas, dedican sus esfuerzos a encontrarla.

     Clarea el día; una llamada de auxilio y todos se concentran con premura alrededor de la tumba donde, supuestamente, ella llegó.

     Un extremo del lazo rojo que sujetaba su larga melena, cuando salió de casa, asoma por encima de la tierra junto a la tumba. Unos manos  sujetan con fuerza las azadas que golpean con desespero el lodazal, hasta dejar al descubierto el lazo por completo; pero, nada más hay sujeto a él. Su madre lo coge entre sus manos y los llantos arrecian con fuerza a su alrededor.

     Parte de la caja quedó al descubierto y desesperados ante la situación, el deseo por encontrarla incluso sin vida, les lleva a arrastrar el féretro al exterior y abrirlo.

      Con un golpe de azada la tapa queda desprendida de la caja y en ese momento, su interior queda iluminado con fuerza por el sol que asoma a través de las nubes. Un intenso  y dulce aroma inunda con fuerza los sentidos de los allí presentes, quedando sobrecogidos por la sorpresa: dos rosas rojas descansan en el lugar que el cuerpo de su amiga, debía ocupar.

Vilamarxant 1-11-2015

    

 

 

 

La rata, el gato y el ratón.

Definitivamente permanecían a la espera. ¡¡¡Pobres ignorantes!!! Por un momento pensaron que el modelo de vida del que gozaban, los libró de la inmundicia a la que se vieron impuestos durante tantos años. La mierda esparcida por unos cuantos, alardea con infinita desvergüenza por doquier y los gatos temen por la supervivencia de su especie. La basura se acumula por cualquier rincón de las calles y las ratas, esgrimiendo la codicia como bandera, despliegan su poderío. Los gatos, años al sol panza arriba, confiaron en la fortaleza de unas leyes que les prometían el bienestar y la justicia tanto tiempo anhelada, y han quedado convertidos en la carne que sustenta la panza de los facinerosos. Esconden su rabo entre las piernas y a duras penas sobreviven entre los recovecos de unos símbolos que creyeron extinguidos. Mientras, el ratón permanece a la espera.

Regueros de sangre desahuciada circula por las callejuelas que, con extrema desfachatez, gourmets coleccionistas de lo ajeno, guardan con delicadeza en su bodega, protegida en botellas de cristal chapado en oro.

El rincón en que el gato durmió plácidamente las últimas décadas, se convirtió en el nido en que el francotirador, con un bigote enorme que le distingue del resto, abate cualquier conato de rebelión que ponga en peligro la estabilidad del orden constitucional, amparado clandestinamente entre los pliegues de unas hojas que, por ellos roídas, esgrimen con la impudicia del que se sabe intocable.

Pero el gato, tímidamente, atusa los bigotes que, por desidia, perdieron la sensibilidad y dejaron de percibir el peligro antes de caer en la trampa, y parece no resignarse al destino que unas pocas ratas le imponen.

Conatos de rebelión se perciben en ciertos ambientes: “no te fíes” dicen las ratas. Los gatos, junto a una horda inmensa de ratones que se sintieron importantes cuando abrazaron las promesas de unas ratas corruptas sedientas de riquezas, permanecen a la espera de los acontecimientos que el futuro les depara.

¿Conseguirá el gato imponer sus razones ante el descontrol y la estulticia establecida? ¿Se comerá a la rata, después de descontaminarla, que adormece la voluntad del inocente chupando con descaro la sangre que lo sustenta? ¿Comerán una vez más el gato y la rata al ratón por ver saciada su sed de venganza? Continuará.

Texto para mi colaboración en 100grados número 9 – Con ladrones y gatos pocos tratos.

¡¡¡Hace tanto tiempo que….!!!

 

¡¡¡Hace tanto tiempo que….!!!

Veo algo fuera de lugar. La oscuridad obstaculiza mi visión. Me acerco con cautela y observo aquello que se mueve débilmente en un rincón de mi habitación. ¡¡¡Es una mujer y… está desnuda !!!. ¡¡¡Dios; ni me acuerdo cuando fue la última vez que….!!! Espera: parece que quiere decirme algo. ¿Qué tienes hambre? Me acerco con cautela y le digo que iré a buscar algo de alimento. Pero niega con la cabeza y me ofrece su mano al mismo tiempo que me pide, con gestos, que me acerque. Quedo de pie frente a ella. Su mano libre, la derecha, se acerca suavemente a mi entrepierna y empieza a frotarla muy suavemente hasta alcanzar un ritmo armonioso y sensual que induce a mi pene a hincharse más de lo normal. ¡¡¡ Dios: hace tanto tiempo que…!!! El ritmo para de improviso y desabrocha mi bragueta dejando al descubierto mi pene largo e hinchado por la excitación. Se arrodilla. Siempre con calma, lo introduce en su boca. Un ritmo enloquecedor de entrada y salida y creo que, de un momento a otro, el cálido y espeso líquido se derramará en su boca. De repente, atenaza fuertemente con los dientes mi miembro y el dolor se hace insoportable. Lanzo un grito desesperado de dolor al mismo tiempo que un líquido rojo y espeso mancha mis piernas y pantalón. Pero no puedo escapar de sus mandíbulas. No quiero salir de  allí….Hace tanto tiempo que….