Marchita la flor quedó,
aquel día.
La humedad del rocío
surgió de tus entrañas
cual astro benevolente,
y avivó el desasosiego
tiempo atrás en mi instalado,
como fin primordial,
para mis desvelos.
De súbito,
la afrenta ignominiosa
del éxtasis inminente,
y ensombreció el color de la estancia
en donde mi osadía quiso arraigar.
Estridente voz.
Inesperada presencia que secó
el jugo de tu boca
y frustró con impudicia mis deseos.