Un cálido atardecer,
la luz,
decidió abandonar
cada rincón de sus ojos.
A partir de ese momento,
su vida,
aquella que él creyó
ejemplo de virtudes,
se convirtió en desespero
de aquellos que le amaban,
y fue acreedor de la desdicha que,
a su alrededor,
crecía.
El tiempo pasó.
Cierto día,
en un frío amanecer,
quedó varada su mirada
frente a los primeros rayos de sol.
Entonces ocurrió
aquello de lo que nadie,
nunca,
pudo dar razón:
entabló un diálogo con la luz;
llenó de color su mirada
y confesó al mundo
ser artífice de sus desvelos.
Poco después,
esa luz,
ahora si,
le abandonó para siempre.