Renegué de mi inocencia cuando, con un simple suspiro, allanaste mi camino hacia el infinito. Aceleraste mis pasos; fui preso de mi pasión y tus palabras calcinaron mis sentidos que, así, con un simple suspiro, castigaron mi presencia y desde ese momento una solitaria moneda, un simple céntimo, es suficiente para que todos, excepto lo que de mí queda, disfruten de tus caricias.
Cierto. Y siempre te perseguirá la sensación de ya no ser el mismo.
Breve pero sabrosa.