El panadero, al llegar a la estación, dejó la maleta en el suelo. Habían pasado muchos años; pero el tiempo, parecía haberse detenido en aquel apartado lugar: todo seguía igual. A continuación coge la maleta y dirige sus pasos hacia el cementerio.
La puerta de hierro se encuentra abierta y pasa al interior, sin hacer el más mínimo ruido. Se detiene delante de la tumba instalada en el suelo y, junto a ella, deja la maleta. Unas lágrimas velan sus ojos. Se encuentra solo. Abre la maleta y saca, envuelto en un papel, un pan redondo. Siempre alerta, mirando a su alrededor, con un gran esfuerzo, abre uno de los extremos de la losa que cubre la tumba y deja caer en su interior el pan hecho con las cenizas de su mujer. Ella así lo quiso: estar para siempre junto al crío que parió, con un pan bajo el brazo. Así lo celebraron los clientes al nacer…