Destellos de luz ausentes,
por la distancia,
en que los sentidos,
alterados por el grito inminente,
reclaman dignidad entre los vivos,
al saber de la angustia, vil, y lo consiente.
Pasa el tiempo y, no existe tal voz.
La máscara que hiere altera
el hecho impenitente.
Herida la nostalgia, por el recuerdo,
y el dolor por el que una voz se alzó.
Perdida, llorosa, dócil cual simiente,
regada por la mano sangrante
en mis delirios, en mi dolor,
perdida entre la gente.