Eres todo aquello que, humanamente, nunca esperé encontrar en un solo hombre.
Eres la ignominia que, agazapada, espera entre la inmundicia que cubre tus mentiras infames. Así tu cínica sonrisa y tu sibilante voz, matiza tus mentiras para desgracia del incauto que, esperanzado, te escucha.
Eres, la simiente del odio que conmina a defender las excelencias de un sistema ruin y caduco, mientras ensamblas las cadenas que coartan la libertad, y tu mundo, rebosa de riqueza.
Eres, junto a los incautos que, con malicia, aceptan como válidas tus promesas y así, tu generosidad llene sus bolsillos, la desgracia del bien común.
Eres todo pecado. Instalas tus manos corruptas entre los pliegues de la memoria de aquellos que sufren por la maldad de tus actos, tratando de amortiguar su impacto e instalarte alevosamente entre sus miedos.
Eres la peste de los afligidos.
Eres el don del miserable carente de escrúpulos.
Eres el plagio de la libertad raída por el odio hacia aquel que, en su pensamiento, se aleja de aquello que, para ti, debe ser el credo universal que nos lleve al encuentro de un mundo más justo: tu ego.