Los papeles invaden por doquier cualquier rincón del aula. Revuelvo entre ellos, al mismo tiempo que mi mente trata de rememorar y poner en su sitio cada una de las imágenes que contemplo; pero, veintidós años, son muchos años: casi demasiados. Los recuerdos se acumulan en mi mente uno tras otro y…me encuentro fatal. Me acomodo en el sillón apoyado en la mesa donde siempre atendí a mis alumnos: siempre serán mi mesa y mi sillón. Mi mirada vaga con tristeza entre las paredes de la estancia y, en cada rincón, encuentro un motivo para que mis ojos reconozcan el día a día del espacio circundante y mis sentidos se alteren ante el paso del tiempo y las circunstancias que me trajeron hasta aquí. ¿Nostalgia?, la hay: momentos inolvidables e irrepetibles transcurridos entre las estancias del edificio. ¿Alegría?, mucha: el triunfo de aquellos alumnos que pasaron horas, días, años frente a los caballetes de dibujo, me reconfortan. ¿Tristeza?, infinita: otros, los menos, quedaron varados en el punto de encuentro incapaces de traspasar la línea que les indicara el camino a seguir: entono mea culpa.
Treinta años atrás, cargaba de pertrechos mi coche y me desplazaba lejos de la que, hasta ese día, había sido mi vida. Durante ocho años deambulé por el asfalto de todos y la tierra de otros, pero siempre me encontré como en casa. Allá donde me establecí pugné por ser uno más entre muchos y ser partícipe de sus alegrías y tristezas. Siempre me sentí arropado por aquellos que me conocieron y el encuentro diario con ellos calaron en mi vida como yo, el paso del tiempo me lo confirmó, calé en su vida.
Imposible recordar cada uno de esos encuentros que, a diario, trataba de compartir impartiendo unos conocimientos que, para mí, constituían parte importante en mi vida y que, con pasión y generosidad, trataba de imbuir a mis alumnos. Cientos, miles de ellos aun deambulan por mi mente y muchas veces me pregunté, y me pregunto, que ha sido de ellos.
La vida sigue e inexorablemente no hay punto de retorno; pero siempre hubo y habrá un nuevo encuentro y… a él me aferro.
Me levanto de mi silla y me alejo de mi mesa. Son muchos papeles: demasiados. Dibujos que mis alumnos a lo largo de los años realizaron y trato de priorizar lo bueno sobre lo menos bueno; pero, no es momento de juzgar el trabajo y entrega de los demás y los guardo en sus correspondientes carpetas, para que sirvan de referente a los que tienen que venir. Mi labor durante estos treinta años está presente y ellos, los que partieron y aquellos que por circunstancias quedaron, me juzgaran.
Un nuevo punto de partida me espera.