Soñó que…

Eran las siete en punto y, como cada día, al sonar el despertador, sus ojos se abrieron con sigilo y dirigieron su mirada hacia la ventana que, con la persiana bajada, dejaba entrever un ligero resquicio de luz que le informaba: el día empezaba a clarear. No había prisa por levantarse. Años atrás, el mundo dejó de esperarle. Su mirada volvió al punto de encuentro en que sus ojos iniciaron su abertura y contempló la lámpara que colgaba del techo. Ya se encontraba allí el día en que se mudó a vivir en aquel pequeño piso. Siempre le pareció una lámpara triste; pero en ese momento, le pareció más triste que nunca y la melancolía, se adueñó de su ser. Una furtiva lágrima asomó por su ojo izquierdo y resbaló, mejilla abajo, hasta que desapareció engullida por la textura de la sábana que cubría su cuerpo hasta el cuello.

Ocupaba el espacio izquierdo de la cama de matrimonio instalada en la habitación y, como cada día, su mano derecha acarició suavemente el espacio opuesto, debajo de las sábanas, como si por el hecho de acariciarla, algo o alguien se encontrara a la espera de la caricia, y la retiraba con prontitud, temeroso. Pero, como cada día, el espacio se encontraba vacío. No es que esperara encontrar lo que nunca tuvo. Sencillamente, a lo largo de los años, se acostumbró a hecho tan insignificante y la rutina, le empujaba a diario a rito tan sencillo. La verdad es que nunca, nada ni nadie, ocupó ese espacio. Permaneció inmaculado a lo largo de los años.

Una noche, años atrás, soñó que alguien le acompañaba y, desde ese momento, el recuerdo estuvo presente en su mente, a diario, antes de levantarse. Encontró a alguien, junto a él, bajo las sábanas. Aquello, lo que Dios quisiera que fuese, permanecía quieto a la espera y su respiración era tranquila. Entonces él, como si de siempre esa presencia se encontrara allí, acarició con dulzura aquello que simulaba un rostro, unos pechos. Fue entonces cuando su cuerpo, sus manos, su mente, se desplazaron a su encuentro  en la búsqueda del color que diera sentido al acontecimiento. Encontró un miembro erecto. Lo acarició con suavidad. La respiración de ese cuerpo, de su cuerpo, momentos antes tranquila, aceleró su movimiento, a la búsqueda del aire, y una gran excitación dominó su estado mental hasta que …fue en ese preciso instante cuando despertó empañado en sudor y sus ojos, abiertos como platos, contemplaron con terror el espacio, junto a él, vacío. Desde ese día, ni siquiera en sueños gozó de compañía alguna. Ese día, decidió negar la evidencia y…dejó de soñar.

Mi deseo por ti

El color de la luz

IMG_4259 - copiaMi deseo por ti arranca desde el momento en que tu sonrisa acarició mi mirada y se estableció en lo más profundo de mis ojos: fue por mí y para mí.

Mi deseo por ti se agudiza al contemplar el revuelo de los pliegues de tu falda y siento que me invitan a establecerme entre sus estancias y llenar de luz, tus deseos.

Mi deseo por ti no se disipa con un simple lamento de desesperación por la insistencia o desaparece de mi mente con un rotundo  no, que brote de tus labios.

Mi deseo por ti es el hecho de saber que me desprecias por derecho y asumes  con frigidez la consecuencia del desarraigo moral, en que me sumerges.

Mi deseo por ti fortalece la  voluntad de tu deseo  por escapar de la influencia de un suspiro enternecedor en que se vería comprometida la voluntad, de ese deseo.

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VOLAR, VOLAR, VOLAR…

El color de la luz

    Volar, volar, volar…

                                     sinónimo de libertad. Llegar hasta los confines de mi universo y establecer la luz que me indique cada uno de los secretos que aún permanecen en el fondo de mi alma.

    Pero no debo, no puedo; aún no. Sería como esclavizar cada uno de mis deseos y que nunca, jamás, esa luz que tanto ansío, corroborara mis temores y estableciera el fin de aquello que todo ser humano necesita: dignidad.

    La tarea es ardua. Pero el colofón a tanto sufrimiento, un día, debe darse.

    Creo en el ser humano. Creo en la voluntad de que todo hombre o mujer bien nacido-a, un día dirá “BASTA”, con letras grabadas en acero, forjado por la voluntad sincera del que se siente injustamente vejado.

    Son tiempos convulsos…

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VOLAR, VOLAR, VOLAR…

    Volar, volar, volar…

                                     sinónimo de libertad. Llegar hasta los confines de mi universo y establecer la luz que me indique cada uno de los secretos que aún permanecen en el fondo de mi alma.

    Pero no debo, no puedo; aún no. Sería como esclavizar cada uno de mis deseos y que nunca, jamás, esa luz que tanto ansío, corroborara mis temores y estableciera el fin de aquello que todo ser humano necesita: dignidad.

    La tarea es ardua. Pero el colofón a tanto sufrimiento, un día, debe darse.

    Creo en el ser humano. Creo en la voluntad de que todo hombre o mujer bien nacido-a, un día dirá “BASTA”, con letras grabadas en acero, forjado por la voluntad sincera del que se siente injustamente vejado.

    Son tiempos convulsos. Son tiempos de cambio. Son tiempos de dolor, acuciado por la voluntad de los malditos de corazón que establecen las reglas de un mundo cruel y miserable, tal como ellos se manifiestan. Pero también son tiempos de esperanza.

    Volar, volar, volar…pero cerca de ti que sufres el castigo injusto del abandono.

    Ahí, a tu lado, me encontrarás; y el color de la luz, que durante tantos años me acompañó en mi deambular por el mundo, es mi deseo, que ilumine tu caminar y llene de felicidad cada uno de tus pasos.

    Para ti, mis mejores deseos de paz y justicia en este año recién estrenado.

Fue la luz: lo se

Un cálido atardecer,

la luz,

decidió abandonar

cada rincón de sus ojos.

A partir de ese momento,

su vida,

aquella que él creyó

ejemplo de virtudes,

se convirtió en desespero

de aquellos que le amaban,

y fue acreedor de la desdicha que,

a su alrededor,

crecía.

El tiempo pasó.

Cierto día,

en un frío amanecer,

quedó varada su mirada

frente a los primeros rayos de sol.

Entonces ocurrió

aquello de lo que nadie,

nunca,

pudo dar razón:

entabló un diálogo con la luz;

llenó de color su mirada

y confesó al mundo

ser artífice de sus desvelos.

Poco después,

esa luz,

ahora si,

le abandonó para siempre.

 

El olvido

Fue un deseo inocente

el que llegó,

entrada la mañana,

y partió cual rayo oneroso,

contrito por la escarcha

y benevolente en su desvarío.

Creyó cautivar con su presencia

pero no pudo adivinar su caída.

Esperó retardar la añoranza

pero sintió su deseo ignorado.

Esperó sí;

pero la distancia

se convirtió en un calvario

y su mundo se vio,

una vez más,

camino al olvido. 

Bendita luz. Maldita presencia

Marchita la flor quedó,

aquel día.

La humedad del rocío

surgió de tus entrañas

cual astro benevolente,

y avivó el desasosiego

tiempo atrás en mi instalado,

como fin primordial,

para mis desvelos.

De súbito,

la afrenta ignominiosa

alteró los sentidos,

del éxtasis inminente,

y ensombreció el color de la estancia

en donde mi osadía quiso arraigar.

Estridente voz.

Inesperada presencia que secó

el jugo de tu boca

y frustró con impudicia mis deseos.

 

Como una gota de lluvia…

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…un día,

fue pasto del olvido.

Así, el olor del pan,

me acercó al recuerdo

del que mi mente huyó.

Años después,

aún conservo su sabor.

Aquel día,

la luz del sol imbuyó en mí la esperanza,

y rememoró cada uno de los recuerdos en que,

la muerte,

plagió cada estadio de mi vida.

Fingí no conocerla

y pasó cerca de mí,  ingrávida,

henchida de oscuridad.